El título, Mutatio, proviene del latín y significa 'cambio', sí, pero no cualquier cambio: uno íntimo, tectónico, de esos que no se anuncian con fuegos artificiales, sino con silencios prolongados. VITO, el artista granadino que firma este viaje, no parece buscar una revolución externa, sino una migración interna. Como un pájaro que no abandona el nido para huir, sino para aprender a volar de otra manera.
Una búsqueda que empieza en las raíces
La gestación de este álbum no es improvisada. VITO ha pasado años estudiando armonía, dialogando con los instrumentos, escuchando con humildad a otros para aprender el arte de decir lo suyo. Hay algo casi monástico en ese proceso: una especie de retiro creativo en el que la autoexigencia convive con la necesidad de encontrar belleza en el error.
Pero, irónicamente, cuanto más pulido suena el resultado, más humana y rugosa se vuelve su intención. Mutatio es hijo del estudio, sí, pero también de la duda, del ensayo, de esa sensación de estar siempre en construcción —como una ciudad que nunca termina de edificarse porque siempre descubre una nueva razón para transformarse.
Canciones como estaciones del alma
La apertura con Renacimiento no podría ser más simbólica. No es solo una canción: es un manifiesto. Con un aire introspectivo, casi de confesión, la letra dibuja imágenes naturales —brotes, amaneceres, fuego y agua— que funcionan como espejos emocionales. Si VITO se despoja de algo aquí, no es de estilo, sino de piel. Lo hace con un tono melancólico pero esperanzador, como quien llora porque ya sabe que va a sanar.
Luego llega "Horizontes Perdidos", que se lanza al vacío con valentía. Aquí, la experimentación sonora es protagonista: capas electrónicas, percusión orgánica, texturas que se abrazan y se repelen. Hay algo inquietante en esta canción, como si uno caminara por un bosque con niebla sin estar del todo seguro de hacia dónde va, pero sabiendo que debe seguir. No hay brújula, pero sí un pulso. Y eso basta.
El cierre con "Resiliencia" es una declaración de principios. La palabra, tan usada últimamente, cobra aquí una dignidad nueva. VITO no la convierte en eslogan, sino en grito contenido. La producción es sobria, elegante, al servicio de una voz que no pide permiso para quebrarse. Y lo hace con una pasión cruda que, lejos de ocultar las heridas, las muestra como medallas del camino.
Un estilo que se transforma sin traicionarse
Musicalmente, Mutatio navega entre el pop melódico y el bedroom pop, con ecos británicos que no resultan imitativos, sino absorbidos con criterio. Como un alquimista contemporáneo, VITO funde géneros sin perder identidad. Suena a alguien que ha escuchado mucho pero que ya no necesita parecerse a nadie.
Pablo Díez y David García firman la producción desde los estudios Coolmood en Madrid. Su trabajo es impecable: detallista sin ser barroco, emocional sin ser obvio. En un tiempo donde lo inmediato y lo desechable dominan la escena, apostar por un disco conceptual, cuidado y coherente es casi un acto de rebeldía estética.
Una transformación que no busca aplausos, sino conexión
“Cambiaré de forma para irme volando”, canta VITO. Y no es metáfora vacía. Es la síntesis de un artista que no se conforma con gustar: quiere conmover, agitar, acompañar. Mutatio no es solo un álbum; es un proceso. No termina en la última canción, porque lo que propone es una pregunta, no una respuesta: ¿hasta dónde estás dispuesto a transformarte para ser tú mismo?
En un mundo que premia las máscaras, VITO elige el espejo. Y eso, en sí mismo, ya es una revolución.